lunes, 9 de mayo de 2016

Cuento 6

Doña Jirafa vivía en el zoo en un lugar muy grande, donde crecían árboles muy altos. Pero a Doña Jirafa le parecía que su espacio era pequeño. Ella quería tener una casa más amplia.

A su lado estaba la casa de Don Elefante, que era mucho más grande. En su espacio, Don Elefante campaba a sus anchas. Pero estaba triste, porque su espacio no tenía árboles tan altos como los que tenía Doña Jirafa.

Doña Jirafa y Don Elefante no se llevaban demasiado bien y se pasaban el día protestando, porque ninguno estaba a gusto con lo que tenía.

Un día, Doña Jirafa le dijo a Don Elefante:
- ¡No es justo que tú tengas una casa más grande que yo!

Don Elefante respondió:
- Pero es que yo soy más grande que tú. Lo que no es justo es que tu casa tenga árboles tan altos.

Don Elefante y Doña Jirafa llegaron a un acuerdo. Don Elefante dijo:
- Un momento, ¿qué te parece si nos cambiamos la casa?

A Doña Jirafa le pareció bien. Al principio era muy feliz, porque tenía mucho espacio para poder correr. Pero pronto se cansó de agacharse a comer las hojas de los arbustos. Eran muy bajitos para Doña Jirafa, que tenía la cabeza muy alta.

Don Elefante también parecía feliz al principio con aquellos árboles tan altos, pero pronto se cansó de no tener espacio suficiente para poder moverse como a él le gustaba.

Doña Jirafa y Don Elefante volvieron a hablar. Doña Jirafa dijo:
- Me gusta tu casa Don Elefante, pero necesito árboles más altos para poder comer. ¿Me podrías devolver mi casa?

A lo que Don Elefante respondió:
- Creo que es buena idea. A mí tus árboles altos me gustan, pero necesito más espacio para moverme. 

Doña Jirafa y Don ElefanteY Doña Jirafa añadió:
- Es justo que cada uno tenga lo que necesita. Yo soy una jirafa y necesito árboles altos para comer. Tú eres un elefante y necesitas mucho sitio para moverte.
- Tal vez podríamos hacernos una visita de vez en cuando. Yo podría disfrutar de tus árboles y tú de todo este espacio - propuso el elefante.
- Perfecto. Eso sí que me parece justo.

Desde aquel momento Doña Jirafa y Don Elefante dejaron de discutir y se convirtieron en grandes amigos.

Cuento 5

Había una vez un perrito callejero al que todos llamaban Chuchín. Chuchín era un perro pequeñito, de color canela, bastante delgaducho. Tenía las orejas oscuras y un rabito largo que meneaba con mucho salero. 

Chuchín sobrevivía buscando comida entre la basura, bebiendo agua de los charcos y escondiéndose del frío entre cartones. Como era muy simpático y tranquilo, a veces recibía comida de la gente que lo veía por la calle a cambio de alguna gracia perruna o una miradita mimosa.

Una noche Chuchín se despertó sobresaltado por el ruido de unos cristales rotos. Chuchín asomó el hocico entre los cartones y vio a una persona subida en una escalera muy alta entrando por una ventana en una casa. 

Nada más verlo Chuchín se puso alerta. No sabía qué estaba pasando, pero su instinto le decía que aquello no era normal. Sigilosamente, Chuchín se deslizó fuera de los cartones para ver mejor lo que pasaba.

Poco después, Chuchín vio salir al hombre de la escalera por una puerta cargado con un saco lleno de cosas. El hombre, vestido de negro y con un antifaz, se acercó a un coche, abrió el maletero y dejó allí el saco. Sin cerrar el maletero, el hombre se acercó a recoger la escalera. 

Aprovechando que el hombre se alejaba, Chuchín se acercó al coche y olisqueó el saco. 

-Este olor me resulta familiar -pensó Chuchín-. Me huele a…. ¡la señora Pepa!

En ese momento llegó el hombre cargado con la escalera para dejarla en el maletero. Al ver al perro, el hombre gritó:
-¡Quita, chucho!

Chuchín se puso a ladrar como loco, porque justo en ese momento se había dado cuenta de que aquel hombre había robado en casa de la señora Pepa, una ancianita muy buena que siempre que le veía le daba de comer y le acariciaba la barriga. 

-¡Calla, perro sarnoso! ¡Vas a despertar a todo el vecindario! -gritó el ladrón.

Pero Chuchín solo dejaba de ladrar para gruñir y enseñar los dientes al ladrón. Y así estuvo Chuchín un buen rato, hasta que llegó la policía.

-Chuchín, el perro policía¡Te hemos pillado con las manos en la masa, truan! -dijo un policía-.Gracias Chuchín, te has ganado un buen premio. ¡Sube al coche!

El policía dejó al ladrón en el calabozo y llamó al perrito
.
-Ven Chuchín. Te voy a dar agua y un buen bocata. ¡Te lo has ganado! 

Pero Chuchín no contestaba.

-¡Chuchín! ¿Dónde estás, perrito? -llamó el policía-. ¿Alguien ha visto a Chuchín?

En ese momento, el policía vio cómo su gorra se movía sola por el suelo. El policía la levantó y descubrió a Chuchín debajo.

-Vamos a tener que hacer una gorra de tu tamaño, amigo -dijo el policía.

Desde ese día, Chuchín vive en la comisaría y se ha convertido en el primer agente de policía perruno de la ciudad.

Cuento 4

Había una vez un capitán pirata al que todos llamaban Barbalechuga. En realidad, no tenía ninguna lechuga en la barba, ni tampoco tenía la barba de color verde. A este pirata le llamaban Barbalechuga porque era vegetariano y no había día que no comiera una o dos veces ensalada de lechuga.

Barbalechuga comía todo tipo de verduras y frutas, legumbres y tofu. Y siempre había muchos alimentos de estos en el barco, aunque los otros piratas preferían comer otras cosas como carne y pescado. Además, Barbalechuga también comía cereales, huevos y leche.

Los piratas de vez en cuando se burlaban de su capitán y le escondían el tofu y las legumbres para hacerlo rabiar. Pero le respetaban, porque aunque estaba un poco más flacucho de lo normal en un pirata, era un pirata valiente y fuerte.

Un día, sin saber cómo, la carne y el pescado en salazón de las despensas del barco desaparecieron, y no había manera de que los peces picaran el anzuelo. 

Alguien había robado la comida a los piratas del Capitán Barbalechuga y había asustado a los peces. Y estaban en alta mar, sin viento para navegar.

- ¿Qué haremos ahora? -se lamentaban los piratas. 

Estaban muy lejos de cualquier puerto, y sin viento, el barco no podía avanzar. 
Barbalechuga les ofreció compartir su comida, pero los piratas dijeron que preferían seguir esperando a que algún pez picara. Mientras tanto, fueron comiendo cereales, huevos y leche, pero pronto se acabó.

Viendo a sus hombres cada vez más débiles, Barbalechuga decidió preparar él mismo algo de comer para todos usando sus verduras y legumbres. Cuando los piratas se encontraron con aquel festín, ni se lo pensaron. En un abrir y cerrar de ojos se lo comieron todo.

- ¡Uhm, qué bueno está esto! -decían mientras devoraban la comida.

Al día siguiente, Barbalechuga volvió a preparar la comida, y los piratas volvieron a comer con apetito, y enseguida recuperaron las fuerzas.

A los pocos días volvió el viento y pudieron navegar, por lo que emprendieron viaje al puerto más cercano para reponer víveres.

EEl capitán Barbalechugantonces, a alguien se le ocurrió preguntar:
- ¿Qué hemos estado comiendo estos días?
- La comida del Barbalechuga -respondió el capitán.
- ¿En serio? -dijeron los piratas, todos a la vez? 
- Vaya, no era tan mala ¿verdad? -preguntó Barbalechuga.
- Carguemos más legumbres, frutas y verduras entonces! -dijeron los piratas.
- Un momento, ¿No os gustaron las hamburguesas? -dijo el capitán.
- ¡Nos encantaron! -dijeron los piratas.
- Pues vais a tener que cargar más tofu entonces -dijo el capitán.

Los piratas se miraron los unos a los otros, extrañados. Después de unos segundos, se echaron a reír y dijeron:
- ¡Más tofu!

Y así fue como los piratas del capitán Barbalechuga empezaron a comer de todo. Y, aunque no le quitaron el mote a su capitán, dejaron de burlarse de él.

De la comida robada nunca se supo nada, aunque hay quien piensa que fue el propio capitán quien la escondió, cansado de burlas sobre su forma de comer, para darles una lección. Pero eso, solo son rumores.

Cuento 3

Pedrito siempre inventaba historias. Tenía mucha imaginación y sus historias eran tan disparatadas que nadie lo tomaba enserio y por eso le llamaban "Pedrito, el mentiroso"

- Mamá, ¡anoche vino un extraterrestre a mi habitación y me llevó a la Luna! – le dijo una mañana a su mamá.
- Pedrito hijo, ¡Qué cosas tienes! – le dijo su madre.

Un día de vacaciones, Pedrito se fue al campo y encontró una casa muy antigua de la que salían ruidos muy extraños. 

- ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? –gritó.

Pero nadie salió de la casa, así que Pedrito abrió la puerta y… alucinó cuando vio lo que había dentro. 

- ¿Quién eres? ¿Qué es eso? – preguntó.

Allí había un anciano con gafas de culo de vaso rodeado de cacharros y una especie de máquina gigante.

- No te puedo decir qué es esto, niño. ¡Vete de aquí anda! – le dijo el anciano.

Pero Pedrito no se fue. Se escondió y, sin que el anciano se diera cuenta, se metió dentro de la máquina.

- ¡Ahora sí! ¡Por fin funcionará después de tantos años! – dijo el anciano en voz alta.

De repente, se encendieron un montón de luces, empezó a salir humo y la máquina comenzó a moverse muy rápido hasta que por fin paró.

La puerta se abrió y Pedrito asomó la cabeza. Todo era blanco a su alrededor. 

- ¿Dónde estoy? – se preguntó.

Pero, de un golpetazo, la puerta se volvió a cerrar, se volvieron a encender las luces , salió todo ese humo y se volvió a parar.

Cuando la puerta se abrió, Pedrito vio al anciano mirándolo atónito.

- Pero, ¿qué estás haciendo ahí? - Le preguntó el anciano.

Pedrito, muy sorprendido, sólo quería saber qué era lo que había pasado.

- Llevo muchísimos años trabajando en esta máquina y, si todo ha salido bien, creo que has viajado a la luna.

Pedrito no podía creerlo…¡Había viajado a la luna!

NPedrito el mentirosoo tardó ni un segundo en salir corriendo para contárselo a todo el mundo, pero, como era de costumbre, nadie lo creyó.

- Si no me creéis, ¡venid conmigo! – les dijo a todos.

Todos fueron en busca del anciano, pero cuando llegaron a la vieja casa, allí sólo había trastos. No había ni rastro de la máquina o del hombre.

Nadie lo creyó y Pedrito se dio cuenta aquel día de que no le merecía la pena mentir a todo el mundo con sus historias porque si no nadie le creería cuando contase la verdad como en aquella ocasión.

Aprendió la lección y nunca más mintió, hasta que con el paso del tiempo, cuando volvió a contar la historia del viaje a la luna, por fin todos le creyeron.

Cuento 2

Había una vez un gato que llegó a un bosque por primera vez. No conocía a nadie y al ver a la señora zorra pensó: "Quizá pueda hacerme amigo suyo. Intentaré ser amable con ella"

- Buenos días querida señora zorra. ¿Cómo se encuentra usted? Hace un día maravilloso, ¿no cree?

La zorra lo miró con desprecio y tras unos instantes pensando si merecía la pena contestarle o no, finalmente lo hizo. 

- ¿Pero quién eres tú minino para dirigirte a mi como si me conocieras de algo? Que yo sepa no te conozco de nada... ¿O es que te crees muy listo, eh? Dime, ¿qué sabes hacer que no sea decir miau?
- Bueno… la verdad es que no sé hacer muchas cosas - contestó el pobre gatito avergonzado.
- ¡Ja! Lo sabía.

El gatito se sintió muy mal ante la humillación de la zorra, y estaba dándose la vuelta para volver por donde había venido cuando tuvo una idea.

- Aunque hay algo que sé hacer muy bien
- ¿Ah sí? ¿Y qué es?
- Sé subirme de un salto a los árboles cuando los perros me persiguen. Ya me he salvado dos veces.

La zorra y el gatoLa zorra se echó a reír escandalosamente.

- ¡Ja, ja, ja, ja! ¿De verdad es eso todo lo que sabes hacer? Yo conozco cientos de trucos para librarme de ellos. Pero tu eres un simple minino, seguro que no podrías aprender ni la mitad.

En ese momento apareció un cazador con cuatro perros ladrando como locos. 

- ¡Corra señora zorra, corra!

El gato saltó rápido a la copa del árbol más cercano, mientras que a la pobre zorra de nada le sirvieron sus cientos de trucos para escapar, porque los perros fueron más rápidos que ella y lograron atraparla.

Cuento 1

Tin era un duende muy travieso que vivía en una pequeña casa en el campo. Cerca había una fuente junto al camino que llevaba a la ciudad. A Tin le gustaba mucho asustar a los viajeros que pasaban por allí y se detenían a beber agua de esa fuente.

A Tin se le ocurrió que, en vez de asustarlos, podía pedirles algo a cambio de beber agua de la fuente. Así no tendría que trabajar para comer. Y eso fue lo que hizo. Cuando alguien se detenía a beber agua, Tin salía de detrás de la fuente, se ponía delante del caño y le pedía algo de comer a cambio de dejarle beber. La gente que paraba solía estar muy sedienta así que accedían sin discutir a las peticiones del duende.

Poco a poco Tin se dio cuenta de que podía pedir dinero en vez de comida. De modo que cada vez que alguien se paraba a beber, Tin le pedía una moneda de plata a cambio de dejarle coger agua de la fuente.

Un día de mucho calor paró en la fuente una familia con dos niños pequeños que llevaban horas sin beber nada, pero que no tenía dinero para pagar a Tin.

-¡Si no tenéis una moneda de plata no podréis beber de esta fuente! -dijo el duende con voz firme.
-Volveré y te pagaré el doble, pero deja que mis hijos beban un poco de agua -dijo el padre de los pequeños.
-Está bien, pero tendrás que dejarme a uno de ellos hasta que vuelvas -respondió el duende -. Así sabré que realmente me vas a pagar, que no me fío de ti. 

El padre dejó al mayor de los hermanos con el duende y se marchó.

Cuando volvió el padre con las dos monedas, Tin fue a entregar al niño y se tropezó con una piedra enorme. Se golpeó tan fuerte la cabeza que casi no podía ni moverse.

-¡Ayudadme, por favor! ¡No puedo moverme!
-Está bien -dijo el padre -, pero tendrás que pagarme tres monedas de plata para que te lleve a tu casa.
-Pero no tengo nada más que dos monedas -dijo el duende-. Llévame a casa y te daré la que falta.
-¿Y qué garantía tengo de que vas a cumplir tu palabra? -dijo el padre-. Lo siento, duende, si pero si no me pagas me tendré que ir.
-Espera, espera -insistió el duende -. Toma, la llave de mi casa. Así sabrás que te pagaré.

El padre y su hijo llevaron al duende a su casa y ya iban a marcharse cuando el duende les pidió que se quedaran.
-Un momento. No me podéis dejar aquí en el suelo. Ayudadme a entrar dentro, os daré más monedas, os lo prometo. Tengo una bolsa entera.

El padre y el hijo lo metieron dentro, le curaron las heridas y le prepararon algo de cenar.

-El duende avaricioso Aquí tenéis. Vuestro dinero. Soy un duende de palabra.
- No lo entiendes. No queremos tu dinero -dijo el padre-. Si quieres agradecer lo que hemos hecho por ti deja que la gente del camino pueda beber agua con tranquilidad. La fuente no es tuya, sino de todos. Si todo el mundo fuese como tan avaricioso como tú todavía estarías tirado en el camino pidiendo ayuda para que alguien te levantara. No puedes ser así. 

Tin se dio cuenta de que tenía razón y decidió que desde ese mismo instante iba a cambiar. 

Dejó de cobrar a la gente porque bebiera agua de la fuente y compró comida con el dinero que había ganado para poder ofrecer algo a la gente que llegaba cansada y hambrienta. No pedía dinero a cambio pero se sorprendió mucho al ver que la mayoría siempre le daban alguna moneda. 

El puesto de comida de Tin se convirtió en un lugar muy visitado y le permitió convertirse en alguien querido por los demás.

Sopa de Letras